Bernard Tapie, una vida en cuatro actos

Ignacio Pato
7 min readOct 3, 2021
Bernard Tapie (tw @OM_Officiel)

I

“No voy a ficharle, es seropositivo”.

Abedi Pelé no tenía sida y Bernard Tapie lo sabía, pero la frase, dicha a un directivo del Mónaco, estaba totalmente calculada. El club del Principado lo creyó y los prejuicios hicieron el resto: renunciaron al jugador. Al día siguiente, el ghanés se convertía en jugador del Marsella. Seis años después, Abedi centraba un balón que todavía vuela en las cabezas de los habitantes de la segunda ciudad de Francia. El engaño había valido la pena.

Pero todo se acaba. También para el excesivo Tapie. Se está muriendo.

No puede haber más contraste entre el piso de 20 m² en la periferia parisina donde se crió Tapie con sus padres y su hermano y el Phocéa, el velero de 72 metros cuadrados que se compró unos años más tarde.

El joven Tapie no vio un cuarto de baño hasta los 17 años.

Para salir del gueto, su fijación, primero llegó la Fórmula 3 y luego los discos. Lo intentó Bernard Tapy -su nombre artístico- con “Ya no creo a las chicas”, “Pasaporte al sol” o “Le olvidarás”… Vaya, con el repertorio habitual de la chanson inofensiva y pinta de administrativo que se ha ido de vinos.

Será en 1967, con 24 años, cuando todo empiece a salirle bien. De vender televisores a su propia tienda, de ahí a los negocios a tumba abierta. El primero no le cuadró especialmente: Cœur Assistance era un servicio de asistencia de pago para personas que sufrieran un accidente cardiaco. Fue denunciado por asociaciones médicas, que no habían sido siquiera consultadas, y acabó multado por publicidad engañosa al mostrar cinco ambulancias cuando solo tenía dos.

Tapie se puso como loco a rescatar empresas en dificultades: Manufrance, el importador exclusivo de la marca japonesa Toshiba o Look, un fabricante de equipamiento de ski que compró por un franco y vendió por 260 millones. También montó el equipo ciclista La Vie Claire, con el que Hinault y LeMond ganaron el Tour.

Por el camino, timó a Jean-Bedel Bokassa. Convenció al dictador de la República Centroafricana de que el gobierno estaba a punto de confiscarle los castillos que tenía en Francia y Bokassa se los vendió a buen precio.

En el año 1985, ya llevaba tres con su yate Phocéa y los programas de televisión se rifaban su presencia porque aumentaba las audiencias. Muchas mujeres le titularon, sondeo mediante, el segundo hombre más atractivo de Francia tras Alain Delon.

II

1986 será el año clave. Ahí hace caso a una propuesta de la esposa del entonces moribundo Gaston Defferre — miembro de la resistencia que liberó la ciudad y alcalde de Marsella de 1953 hasta ese año — : comprar el Olympique. Defferre no llegó a ver su villa convertida en la capital mundial del fútbol. Tampoco se lo habría imaginado; el OM del 86 era un harapo indigno de su historia. Hacía 14 años que no ganaba una liga y al Vélodrome iban apenas 5.000 personas. Habían bajado a segunda hacía solo cinco años. En realidad, el club estaba de saldo a un precio simbólico, pero había que atreverse.

Ahí se plantó Tapie con su lema de las 3 erres: Rêve, risque et rire. Sueño, riesgo y risa. El dinero era la clave de las tres. Dijo “tenemos medios, pero no hombres”. Los compró. El primer verano llegaron Giresse, Papin, el alemán Förster y el yugoslavo Sliskovic. El Vélodrome estaba a rebosar el día del debut del nuevo OM. Después de ganar, hubo la presentación de la temporada con fuegos artificiales, toda una declaración de principios: el aficionado capta el mensaje, la fiesta solo será posible tras el éxito en el campo.

Al gran rival de la época, el Girondins de Burdeos, no solo le quita a Giresse, sino también a Tigana: el OM de Tapie va en serio. Caen Liga y Copa en el 89. Para entonces, está más que claro que el presidente ha capturado una de las grandes esencias marsellesas: una fortísima identidad y orgullo local que se solapa por momentos con un sentimiento de inferioridad con respecto a París y su centralismo. Aunque sea en fútbol, Marsella tiene que ser la primera. Y así es con Tapie.

Pero ese mismo año, el hombre de moda en Francia quiere también marcar un hito político.

III

Es un François Mitterrand necesitado de caras nuevas quien anima a Tapie a meterse en política. Más allá de a la imagen, casi nadie da un duro por él. El Partido Socialista le destina electoralmente a un feudo difícil: el departamento provenzal de Las Bocas del Ródano, donde solía triunfar la derecha. Tapie gana y entra como diputado en la Asamblea Nacional, pero quería más.

A finales del 89, TF1 monta un debate sobre inmigración al que todos los partidos se niegan a ir en protesta por la presencia de Jean-Marie Le Pen. Tapie se ofrece. La primera vez que un político se enfrenta en un plató en directo al líder del Frente Nacional será un éxito de audiencia que a punto está de acabar a hostias: la humillación de Tapie a Le Pen se ve en todas las casas de Francia.

Ante las cámaras, subidos ambos a dos sillas altas, el dirigente racista tilda a Tapie — textualmente — de grotesco, le llama payaso, le tira que ha surgido de los bajos fondos y trata de caricaturizarlo como portavoz de cuatro gatos frente a él, que lo es en su opinión de todo el pueblo francés. El líder del FN está fuera de sí y Tapie le contesta “que tenga usted una boca enorme y grite no quiere decir que lo que diga sea verdad”.

Cuando Le Pen le advierte “No me amenace físicamente, que le van a tener que recoger del suelo después”, Tapie le lanza “Por eso usted lleva siempre guardaespaldas, ¿no? Venga, mírese”, abriendo los brazos, llamándole gordo y viejo a la vez. No muy ortodoxo, no muy inclusivo, pero KO al fin y al cabo con sonrisa y pelazo.

En 1992 irá un poco más allá. Mientras el resto de políticos importantes — para no dañar su bolsa de votantes — culpabilizan del ruido fascista únicamente a la figura de Le Pen, Tapie — líder de la lista de izquierda Énergie Sud — está convencido de que el problema es el elector que vota al FN. “Si Le Pen es un gilipollas los que le votan son unos gilipollas”, dice. Se va a un mitin del Front y pide, con la excusa de que demuestren el carácter democrático del partido, que le dejen hablar sobre lo que haría él con los inmigrantes. Le dejan. Y dice:

“Cogemos a todos los inmigrantes y les metemos en barcos y los mandamos bien lejos”.

El público aplaude.

“Y cuando estén suficientemente lejos, para asegurarnos de que no vuelven, hundimos los barcos”.

Más aplausos.

Entonces Tapie cambia el tono y dice: “No me he equivocado con vosotros. Hablo de una masacre, de matar hombres, mujeres y niños y aplaudís. Mañana cuando os miréis al espejo afeitándoos o maquillándoos, vomitad”.

Llegará a ser durante tres meses ministro de Ciudades, un cargo destinado a gestionar barrios “difíciles”. Voces de dentro y del entorno de los socialistas, como Hollande o el ensayista Michel Onfray considerarán una perversión política la presencia del empresario showman en el gobierno. En mayo de 1993 es el éxtasis: el Olympique de Marsella gana la Copa de Europa.

No durará mucho.

IV

El golpe llega desde Valenciennes, una ciudad de provincias en la frontera belga. Varios jugadores de ese equipo acusan al OM de haberles ofrecido dinero en el partido que jugaban antes de la final de Copa de Europa para que no metieran la pierna y pudieran ganar y llegar bien al partido decisivo contra el Milan.

Lo que sigue tras el hallazgo de 250.000 francos en el jardín de un jugador del Valenciennes es el arresto de Eydelie, el futbolista del OM que hizo el trato, y del director deportivo marsellés. El OM será excluido de la próxima Copa de Europa por la UEFA y la federación francesa le quita el título de liga de ese año. La onda expansiva llega a Tapie, que es acusado de haberlo organizado todo. Lo acaba reconociendo: el OM es automáticamente descendido a 2ª división y Tapie inhabilitado y condenado a dos años de cárcel. En la cárcel de la Santé de París cumplirá cinco meses y medio. Adiós al sueño de ser alcalde de Marsella en las elecciones del 95.

Al salir hará un poco de todo, una canción con el rapero Doc Gynéco y la representación de Alguien voló sobre el nido del cuco en teatro, por ejemplo. El camino de Nanard se dibuja con su apoyo a Sarkozy y un último escándalo a cuenta de la indemnización irregular que le concedieron por la venta de Adidas que ha salpicado hasta a la jefa del FMI Christine Lagarde.

En la masa social del OM, un club con memoria, son muchos los que no olvidan que no volvieron a ganar un título hasta 2010 y que han acabado asistiendo al proceso de construcción de un PSG omnipotente. Uno de los lemas del club, presente en miles de bufandas, banderas y tatuajes entre la afición, es À jamais les premiers. Para siempre los primeros.

Porque con él, con el embustero, liante y carismático Tapie, hoy prácticamente despidiéndose de todos, fueron por una vez los primeros.

[Artículo publicado originalmente el 24 de noviembre de 2017 en PlayGround Mag]

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Política. Periodismo. Cultura Popular.

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