“Cuando empecé a gustarle a gente distinta de mí, me costó entenderlo”
Un tío en el metro leyendo algo sobre un punto del planeta rodeado por Isis y meándose de risa. Es normal que me miren.
Da igual, lo que quiero es preguntarle al culpable cómo lo ha conseguido. Es Michele Rech, alias Zerocalcare, y acaba de publicar Kobane calling (Reservoir Books).
“Es el único lenguaje que conozco para contar cosas. Si hablas con humor e ironía puedes llegar a gente que no leería cosas así. Además vengo de un barrio como Rebibbia y de una ciudad como Roma, en la que si te tomas demasiado en serio a tí mismo, la gente tarda un minuto en pasar de ti”, contesta Zerocalcare, tatuajes jarcoretas, gesto tranquilo y más de dos millones y medio de ejemplares vendidos, todo en uno.
Para entender su viaje a Kobane, tenemos que meter la cabeza en el hábitat natural de Zerocalcare. “La primera idea surge de los centros sociales romanos y de la relación que hay entre ellos y la causa kurda, especialmente desde que Abdullah Öcalan, presidente del PKK, solicitó asilo político en Italia en los noventa. Aquella época ha quedado en la memoria militante. Los primeros golpes de la policía que ví fueron entonces”, afirma.
El siguiente paso fue, tras ver los ataques de Isis en la zona, pedirle información a la comunidad kurda romana. Él y varios amigos decidieron que tenían que ir a llevar material. Y a aprender.
Ahí no había aun ningún cómic. Astucia, sí. “Tenía miedo de que nos parasen las fuerzas de seguridad turcas y, para asegurarme, pedí un carnet de periodista en el medio donde trabajaba, Internazionale, a cambio de dibujar una historia a la vuelta. Me dijeron que no, que estábamos locos yendo ahí, que mis amigos tenían antecedentes y todo. Igualmente hicimos el carnet con Photoshop y el resultado del primer viaje es la historia que hay en las primeras páginas de Kobane calling. Funcionó muy bien, fue muy leída”, cuenta. El resto del cómic es fruto de un segundo viaje, en el que el italiano se dio cuenta de que podía hacer lo mismo que sus compañeros, pero además narrarlo con talento.
El sudor de manos comienza lejos de Kurdistán, en el aeropuerto de Estambul. No es ningún spoiler de Kobane calling, sino más bien un hacklife para quien lea esto, que no es aconsejable que los guardias turcos sepan que has aterrizado en su país para visitar a los kurdos, a quienes llaman despectivamente ‘turcos de las montañas’. Otro consejo es, digámoslo en castellano rápido, no ir de guay. Zerocalcare tuvo que autocensurarse por razones éticas. Hay caras, nombres y mapas que quedaron deliberadamente fuera de imprenta. “Eso lo tuve claro. Es una zona de guerra, con informaciones militares que no puedes revelar”, reconoce. “Sabía que habría cosas que no podría contar. Mi intención no era hacer un reportaje periodístico, sino algo que ayudase a los kurdos y no les metiera en más problemas”.
“Es importante no incidir en la idea que quiere Isis que se tenga de ellos, la del mal absoluto”, opina el romano. “Isis cuando llega a un sitio mata a todos menos a un niño o un viejo que filma todo, le dicen que se vaya y cuando esa persona llega a otro pueblo la gente de ese lugar escapa antes de que venga Isis y así no encuentran resistencia. Es muy importante mostrar su lado humano, no para hacerles buenos, sino para hacerles vulnerables”.
Y si ser humano es dudar, de eso va sobrado el protagonista, o sea, él mismo. En todo momento planea sobre él el fantasma de la coherencia. La versión ya caduca de ese Si tan comunista eres vete a Cuba, en este caso es ¿Te irías a vivir a Rojava?. Zerocalcare responde de varias maneras. Una es maldiciendo que allí tenga que desayunar lentejas o aceitunas. La otra es añorando las magdalenas y su barrio de Rebibbia, o sea, la necesaria zona de confort. “Llevo dos días en Barcelona y ya me acuerdo de mi barrio, imagínate en Kurdistán”, reconoce. “Nunca me alejo de mi casa más de tres días. Me faltaban todos mis referentes, todo lo que me da seguridad. Una parte de mí no veía la hora de volver a casa, pero otra se daba cuenta de que estaba en un lugar en el que estaba pasando algo importante y bonito”.
Importante y bonito. Especialmente por esto que cuenta Zerocalcare mientras le brillan los ojos. “Allí la cuestión feminista es real. Hay un reparto hombre-mujer en los cargos, y en las organizaciones hay una parte mixta y otra solo de mujeres. Hay casas de mujeres que deciden sobre la organización social, comisiones femeninas para casos de violencia doméstica, en la calle se ven mujeres solas, mujeres acompañadas, mujeres con velo o sin él. La otra cosa que me fascinó es el espíritu de sacrificio, especialmente en militantes del PKK. Han hecho una apuesta para toda la vida, y esa es una vida de renuncia. Nosotros en Occidente no hemos conocido nunca eso”.
Hemos conocido, eso sí, compromisos y muertes. Como la de Carlo Giuliani a manos de la policía en la cumbre del G8 en Génova en julio de 2001. Zerocalcare estaba allí. “Yo tenía 17 años y medio, acababa de terminar el instituto y era mi primer verano de adulto. Mis padres no querían que fuese a Génova, pero fui. Esos días me enseñaron mucho. Me costaba mucho hablar de lo que pasó con gente que no estuvo allí, me parecía que no lo entendían bien. Yo ya diseñaba carteles de conciertos y portadas de discos, pero no hacía historias, y ahí fue la primera vez que sentí ganas de hacerlo. Esas fueron las primeras seis páginas. Todos mis amigos y todos los centros sociales, cuando vieron que era capaz de hacer historias, empezaron a pedirme que hiciera más”.
Así estuvo diez años, hasta su primer álbum, La profecía del armadillo — también divertido y triste, también editado en castellano. “Soy muy afortunado, vivo muy bien de los cómics ahora mismo”, acepta. “Tampoco sé cuánto durará. Los autores que viven a tiempo completo de esto en Italia podemos ser unos diez. El mercado se ha abierto últimamente, las editoriales pagan un poco más. Hace cinco o seis años, un adelanto por un cómic podía ser de unos 500 o 1.000 euros. Con esa cantidad, por un trabajo de ocho o nueve meses, es imposible que te dé para vivir. Ahora se empiezan a estabilizar pagos en torno a 3.000 o 4.000 euros”.
¿Y cómo acepta un chico de los centros sociales gustar tanto como para acabar siendo número 1 en ventas?
“Bueno, lo cierto es que habiendo crecido en los centros sociales ocupados, que ya es un nicho de la sociedad… Y dentro de los centros sociales habiendo crecido en la escena punk, que es el nicho del nicho… Y dentro del punk, siendo straight edge, o sea el nicho del nicho del nicho… estaba habituado a imaginarme como el orgullo de los ‘diferentes’”, reconoce. “Pero cuando mis cómics empezaron a ir bien, a gustarle a gente incluso distinta de lo que soy yo, me costó mucho entenderlo. Es como “quizá no soy tan diferente de los demás”. Después me he convencido de que simplemente hay lenguajes comunes a una generación y ya”.
Su próximo cómic va sobre esa generación. “Nuestras expectativas cuando éramos chavales y la realidad que vivimos ahora con 33, 34 o 35 años. Muchos de mis amigos viven en precariedad”, señala. Pero el reto editorial más difícil sigue teniendo que ver con Kobane calling.
“Sé que hay kurdos que lo han leído, incluída la nieta de Öcalan, pero no ha sido traducido a su lengua. Es que me han dicho que hay un problema con los tacos, ¡ellos usan un lenguaje muy limpio siempre!”, dice.
Y nos reímos, claro. Aunque hablemos de ese lugar en el mundo que lucha cada día por que no se lo traguen las tinieblas.
[Artículo originalmente publicado el 31 de marzo de 2017 en PlayGround Mag]