Irse, pero ¿cómo volver?

Ignacio Pato
5 min readAug 30, 2021

“La clave de todo son los retornos. Huir es lo fácil. El reto es cómo volver sin claudicar” (Marina Garcés)

¿Cuál es el punto de resaltar lo muy bueno y lo muy malo? No lo sé. Pero sí siento esa no tan irrefrenable inercia. No tan irresistible porque sabemos que para no caer, dicen algunos, basta con no estar cerca de un precipicio. Basta con no estar, dicen. Pero, lo sabemos, el mayor inconveniente de morirte o de perder un brazo o de quedarte calvo no es el suceso, sino su irreversibilidad. La cosa no es irse. Es cómo volver. Son días de vuelta de muchos al trabajo y se multiplica el contagio del malestar, pero no es una chispa que incendie una pradera. Quizá porque más bien se parece a un fundirse los plomos. Algo generalizado no tiene que ser necesariamente algo compartido y este cuadro impresionista de desgaste lo vemos bien mayormente desde lejos. Cada pincelada tiene vida propia, intereses y circunstancias propias. El plomo suena poderoso, pero tiene una baja temperatura de fusión. Durante siglos, bajo el nombre de ceruse veneciano, penetró como veneno en las caras de la clase dirigente que se entregó a él como maquillaje blanqueador. Se apreciaba la palidez como símbolo de estatus y, de paso, el portador de este potingue de plomo lanzaba el mensaje de que no tenía que doblar el lomo de sol a sol. Guardémonos de la desolación.

Lo muy bueno y lo muy malo hace tiempo que son, más que tendencia, mandamiento digital. Por un lado, son las cositas que se vienen, libros maravillosos, temazos, jefazos y diosas. Por otro, es la indignación sin recorrido, expandir la desazón donde no es, o una amplificación de voces tóxicas o grotescas con el objetivo de buscar el aplauso de los tuyos por una respuesta ingeniosa. También la hiperverbalización del malestar. Inevitable pensar en depresiones latentes siempre a merced de esos detonantes que acostumbramos a llamar con nombres más comerciales, como “síndrome”. Posvacacional, de la cabaña, del impostor (¿acaso no está bien dudar de uno mismo si aspiramos a fundar un mundo quizá no nuevo pero sí distinto?), cara vacía, fatiga crónica. A la posibilidad de sufrir una trombosis venosa en una pierna le llamamos síndrome de la clase turista. Quizá no sea casualidad que los aviones, a diez mil metros de la tierra que pisamos, sean prácticamente el último reducto donde se reconocen las clases. A esa altura y ahí dentro no conviene que ninguna chispa incendie pradera alguna.

Un respeto a las medianías. Hay siestas que aunque no repongan hay que intentar echar. Destinos que decepcionan en base a lo que otros contaron pero que dejan un buen recuerdo. ¿Fueron quizá los mejores días del año, en el fondo, esos de lo que te cuesta destacar algo, una luz, una noche en concreto? La competición llegó a las vacaciones. Ya no es la de quién pudo ir a un sitio más original, sino por momentos una paradójica carrera por desconectar. Se pasa por la cara, sin querer, lo bien que se está fuera. Pero se vuelve. El peligro es que entonces parezca que no se estaba tan bien fuera. Posiblemente nunca nos hemos comunicado tanto y sintiéndonos tan lejos. Y no, no somos nosotros, solo faltaba seguir flagelándonos por estar vivos. Es la máquina y su lógica de estarlo todo o no estar nada. Nos gusta ir a mercados populares que sobreviven, los que se montan con los puestos en plena calle. Pero en ellos se grita y, si no, puede que no se venda. Este es el mejor pescado y no hay quien te dé más cebollas por menos que yo. No hay tribunal ni tiempo para comprobarlo, o lo tomas o lo dejas. La indecisión penaliza. Y si sientes que nadie te está forzando a ella, entonces eres tú tu traba y enemigo. Especialmente cuando se insiste en que alrededor todo fluye. Te lo están diciendo, lo estamos viendo, dos o tres veces por golpe de scroll, que lo increíble existe. Está ahí, si no llegas, mala tuya. La utopía para lo que servía es para caminar, escribió Galeano. Un anuncio de ginebra afirmaba convencido este verano que “nos merecemos el atardecer perfecto” y la invitación sonaba a amenaza. Hace unos cuatro siglos, Oliva de Sabuco pensaba que “no es buen gobierno que unos duerman y otros canten por las calles” definiendo, avant la lettre y como recuerdan Las Hijas de Felipe, nuestro contemporáneo FOMO, fear of missing out o temor a estar perdiéndonos algo, a sencillamente no contar.

No todo es lo muy bueno y lo muy malo. Existe un limbo de contenido desapasionado que, como pasa con la gente a la que no le gusta el queso, cuesta tomar en serio. Un desapego que inunda, siento últimamente, lo laboral, lo material, lo verdaderamente fundamental para poder siquiera seguir teniendo ganas de crear mensajes desapasionados. Se percibe a veces vergüenza en sacar músculo de un buen trabajo, fruto de muchas más horas de las pagadas y de una ilusión sincera. Incluso aunque gustar sea condición de posibilidad para seguir funcionando. Pero ¿cómo demonios no vamos a ser, en buena parte, nuestro trabajo? No por lo identitario, no por que tires cañas o escribas, sino por la maldita cuenta del banco. Hasta lo llamamos autopromo, autobombo, palabras feas para conceptos censurables. Si tiras las cañas bien y siempre te cuadra la caja, si renunciaste a ser encargada para seguir siendo amiga de tus compañeras, háblame con orgullo de ello cuando nos veamos. Este mundo necesita cosas bien hechas. También, seguramente, ese punto mágico que junte realismo, honestidad y capacidad para asombrarnos. Fantaseamos con que nuestro gato, nuestro cuarto o una película que nos ha gustado no es hacer marca. Aceptamos el espantoso mensaje que le lanzan a las kellys cada vez que ven un cartel de “no molestar”. Que aquella actividad que les permite existir es una molestia para los demás. Mejor que autopromo suena autoestima, y no digamos ya si es colectiva. Amor propio como sinónimo de afán por mejorar. No de superar y dejar atrás a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. De mejorarnos y así seguir caminando juntos, sin demarrajes de ciclista que se imagina cruzando la meta él solo y se entrega a una fuga que acaba en pájara. La lealtad a las palabras, desde este lado, es una herramienta. Y de estas no andamos sobrados.

Sign up to discover human stories that deepen your understanding of the world.

Free

Distraction-free reading. No ads.

Organize your knowledge with lists and highlights.

Tell your story. Find your audience.

Membership

Read member-only stories

Support writers you read most

Earn money for your writing

Listen to audio narrations

Read offline with the Medium app

Ignacio Pato
Ignacio Pato

Written by Ignacio Pato

Política. Periodismo. Cultura Popular.

No responses yet

Write a response