Madrid para todas las hijas de Lucrecia

Ignacio Pato
5 min readJun 8, 2020

Manolo Escobar. Y un gorila

En la marcha del HSM, convocada junto a grupos racistas como los griegos Amanecer Dorado o los italianos Casa Pound, se escuchaban vítores a Franco, se oían gritos como «españoles sí, refugiados no», se cantaban letras de Manolo Escobar y se veían saludos brazo en alto.

La convocatoria antirracista la encabezaba el lema «Madrid no es hogar para nazis». Acabó con llamadas a una ciudad plural, diversa. Nair estuvo allí, en primera fila, agitando la bandera de ese Madrid inclusivo.

«Los del HSM no tenían ni idea de nosotras hasta la semana pasada, cuando empezamos a ir a las asambleas de Madrid Para Todas. Nos empezaron a bombardear con mensajes racistas en las redes sociales«, dice Nair. Habla del espacio de encuentro entre afrodescendientes Kwanzaa, ampliamente visibilizado el pasado sábado.

Nos enseña la captura de un tuit de un presunto simpatizante del HSM en el que, junto a la foto de uno de los chicos de Kwanzaa el sábado, hay una imagen de un gorila y la frase «los animales van con correa y bozal». Recuerda que tras la manifestación del HSM hubo al menos dos agresiones que dejaron dos ensangrentados en el suelo, un desvanecimiento y una nariz rota en los barrios de Orcasitas y Malasaña.

Macarrones envenenados

Nair tiene 21 años, es de origen caboverdiano y está acabando Ciencias Políticas. Vive en el centro y asegura que «por Tetuán no voy sola. Ya me los he cruzado un par de veces«. Se refiere al primer barrio en el que se estableció, hace dos veranos, el HSM.

Desde allí, y con una sede con el nombre — Ramiro Ledesma — del fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, partido fusionado con la original Falange Española de Primo de Rivera, el colectivo nazi se lanzó a una campaña de márketing político en el que ofrecían alimentos y ayuda «solo para españoles».

«Se ponen con su banderita en los supermercados donde nosotros nos ponemos, pero lo bueno de este barrio es que la gente no es tonta. Sabe quiénes son. Y quiénes somos el Banco de Alimentos, también», nos dice Magda, ecuatoriana de 38 años, los 17 últimos en España y colaboradora y receptora de la labor solidaria del Banco de Alimentos, una entidad que ofrece ayuda a personas necesitadas, sin discriminación por raza o nacionalidad. «Ellos hacen política, son ultraderecha, meten veneno».

«Hay un conocido supermercado en la Plaza de las Palomas que a ellos les deja ponerse y a nosotros nos echaron», cuenta. Sin embargo, Magda también recuerda que otros establecimientos avisan a la policía «si ven que los del Hogar Social están en la puerta». «La gente en España es muy solidaria y sabe que el derecho de alimentarse no es un derecho nacional«, nos dice. Se define como precaria. Trata de sacar adelante sola a sus tres hijos pequeños.

La última presencia mediática del HSM en la calle fue una convocatoria «contra las bandas latinas». «Usan eso para estigmatizar a la población migrante. Lo que el HSM ignora es cómo llega por ejemplo un joven de origen ecuatoriano a una banda. Las condiciones económicas precarias, la discriminación desde el colegio… Eso genera en la juventud una sensación de soledad, y ahí entran las bandas como espacios de refugio«, nos cuenta Ali, que también se manifestó el sábado.

Demasiado nazi para perrear

Ali es empleada de un local de fast food, tiene 20 años y forma parte del colectivo antifascista y migrante La Gaitana XVI. Recuerda uno de los lemas usados por el HSM, «en Madrid se baila chotis, no reggaeton». «Se desprecia porque proviene de culturas latinas. Además de que se suele decir que es una música machista ignorando que muchas migrantes estamos reconociéndolo como un estilo nuestro y tratando de liberarlo de esos estigmas. El reggaeton no nos avergüenza«.

Lleva en España «desde muy pequeña». Asegura haberlo pasado muy mal hasta que formó un grupo de afinidad con otras chicas discriminadas por motivos xenófobos. Recuerda que en su localidad, Valdemoro, «hay un cuartel enorme de la Guardia Civil». Lo relaciona con una perenne presencia de elementos ultras.

Se reconoce como latina. «Son mis rasgos, mi cultura. Precisamente la que me han intentado quitar desde que vine aquí. Cuanto más me aleje de ella parece que más aceptada estaré aquí».

Nair por su parte todavía recuerda el día en que su madre le dijo que si la llamaban ‘negra’ no debía sentirse insultada, «sino orgullosa». Recuerda, también, cómo en el colegio confundían a su madre con su niñera por su color de piel.

Ambas lo tienen claro. «El odio de los nazis crea en nosotras más unidad, más ganas de plantarles cara», dice Ali. Para Nair, «esto se va a acabar, siempre y cuando algunas instituciones o partidos no sigan apoyándoles».

Porque mientras el HSM usa lemas victimistas como ‘culpables de ayudar a nuestra gente’, arroja bengalas contra la Mezquita de la M30, organiza charlas de Luis Togores, un historiador miembro de la Fundación Francisco Franco, o acaba su manifestación en la Plaza del Dos de Mayo, muy cerca del lugar donde la extrema derecha mataba con explosivos a finales de los 70, PP y PSOE votan en contra del desalojo de la sede del colectivo xenófobo.

Hijas de Lucrecia

«Se acabó el pasotismo. Si yo el sábado no hubiera salido a la calle nadie lo hubiera hecho por mi», dice Nair. Ella y Ali son solo dos de los jóvenes que en Madrid están recogiendo un legado antifascista de ocho décadas. Gritan ‘Madrid será la tumba del fascismo’, el lema que colgaba en la calle Toledo en 1937 durante el asedio de la capital.

Pero lo importante es que se acabó la mitificación, la épica. La imaginería del chico blanco vestido de negro y con capucha ha dejado paso a un antifascismo a todo color. A todo género. A cara descubierta, firme pero también sonriente. Como se vio el sábado.

Ni Nair ni Ali habían nacido cuando el fascismo mató a Lucrecia Pérez en 1992. Toda España se mostró sorprendida ante el asesinato a sangre fría de aquella madre precaria dominicana… aunque el barrio estuviera lleno de carteles como ‘stop inmigración’ o ‘fuera negros’. 6 años tenía entonces Kenia, su hija natural.

Hijas políticas tuvo más, de padres que incluso aun estaban por venir a buscarse la vida aquí. Como Nair y Ali, que saben que de poco serviría «echar al HSM» sin visibilizar a la vez su propio género y origen. «Generando y ganando espacios seguros», apunta Ali.

En la calle, en clase, en el trabajo, los frentes se multiplican. Ellas se van encontrando mutuamente.

«Antes me sentía muy sola», dice Nair. «Ahora esta se está pareciendo por primera vez a una sociedad en la que me gusta vivir».

[Este artículo se publicó el 26 de mayo de 2016 en PlayGround]

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Written by Ignacio Pato

Política. Periodismo. Cultura Popular.

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