Capital pasión
Futuro es el poco capital que a veces pueden tener algunas personas. Ilusión, por ejemplo, por lo que venga al lado de una persona que acaban de conocer, fantaseando — y acertando — con que es más bonito que trágico no llegar a conocer de verdad a nadie nunca. O por la posibilidad abierta de, después de no tenerlo todo especialmente a favor, acabar trabajando haciendo algo que gusta o aporta. O ganas de ver cómo junto a otros se avanza contra el desastre climático, que es como me imagino que muchas de las jóvenes personas de Fridays for Future han debido de sentirse en tantos viernes. Un cosquilleo en el estómago, 8 horas de tu tiempo al día y un planeta. Vaya si hay futuro por ganar.
La desesperanza debería de dejar de parecer agudeza y el ensimismado melancólico de pasar por el crítico más certero del mundo. Elevar la tristeza propia a posicionamiento político es el camino inverso a politizar el malestar. Que el dinero no da la felicidad lo vas a escuchar más en una junta directiva que en el bar de tu calle. De manera parecida a que a aquel que desprecie un domingo cabe preguntarle si es que no ha tenido suficientes lunes en su vida. Cederle gratuitamente un milímetro a la desazón sí que es un trabajo no pagado, y encima uno para el enemigo. Hasta Manolito Gafotas sonaba esperanzado cuando preguntaba si existían niños jubilados.
Andamos necesitados de pasión. De eso no hay duda. No hay más que ver cómo se ha recibido una de las noticias del año. Colombia, tierra castigada donde el lema vivir sabroso ha acompañado la llegada de un gobierno progresista al país por primera vez. Reconozco que me ayuda imaginarme qué pensaría de mí un campesino ecologista del valle del Cauca si le dijera que alejarme de las redes me da FOMO. Lo peor es que sé que me entendería.
Es una sensación muy extraña que transmita más vitalidad —puede que más potencialidad política si por esta entendemos también la posibilidad de juntanza con otros— un anuncio de cerveza que el de nuevos proyectos electorales que ya no aspiran a asaltar ningún cielo, sino a poner más cubos a las goteras. Es cierto que el capitalismo (productivista, individualista y todas las etiquetas para convencidos que queramos ponerle) hace trampa. Lo pinta todo como un reto. En su jerga, un despido abre un reto laboral. Una ruptura no es más que el comienzo de una novedosa etapa de retos relacionales. Estamos a nada de escuchar o leer que morirse es solo irnos a afrontar nuevos retos extracorporales. Frente a esa ofensiva, no parece muy buena idea hacernos los muertos en el atraco porque sabemos, además, que este delincuente te remata en el suelo sin tomarte antes el pulso. El cinismo y el desapego son pésimos antibalas. No andamos sobrados de un sincero entusiasmo sobre aquello, personas y horizontes que amamos o al menos deseamos. Hay muchas menos dudas que pruebas de que mantener esa capacidad para apasionarnos es tesoro y arma a la vez.