Verano

Es una tontería, pero pienso últimamente en el verano. Ya ves tú. Cada año lo aprecio más. Reconozco que, quizá con piel fina, se me tensa el cuello cada vez que leo o escucho que es un agobio, un engorro, un aburrimiento, que se suda, que si calufa, calda, flama, resistero, torraera (sí somos, en este país vivimos los inuits del calor), que si la ropa es fea (y esto en nuestro caso quizá es verdad). Entiendo, faltaría, buenos motivos para aborrecerlo que tengan algunas personas por cuestión de salud, edad o laboral. Pero la pose antiverano porque sí, me cuesta. Me lleva a imaginar una soldadesca del bajón de gratis. Un quintacolumnismo del capital, vampiro de la rentrée, una falange romana de comerciales de North Face, eunucos ante un salmorejo y enemigos del pueblo en general. El verano es el periodo en que todo parece tener un ritmo más humano y es más fácil encontrarte con otros. Bájale, plusvalía, bájale, soñamos el resto del año. Pues concedido. Esto sería. Con el precio de unas gotitas de sudor brillante y las corvas en su punto. Nunca he vivido en una casa con aire. No hablo de tener tres meses de vacaciones, ya no somos Manolito Gafotas ni esto es Feria ni yo estoy alquitranando ni subido a un andamio a mediodía. Manolito, por cierto, nunca tuvo nostalgia, miraba hacia el futuro: se preguntaba ilusionado si habría niños jubilados. Hablo de esa especie de estado mental de verano, de hacer resistir esa parcelita y si me apuras encontrar gasolina en ella durante otros momentos del año. Verano, te lo digo: no temas. Te seguimos queriendo tanto como cuando durabas más. Ahora de manera más intensa porque tocas a más cariño por día.