Hundidos somos más baratos

Santi Abad era hasta hoy, para mí, un cromo de Bollycao con manchas de chocolate. Creo recordar que no era peor que, por ejemplo, Cargol, pero es cierto que nunca llegó. Llegar de llegar sin más, cuando se usa sin especificar destino, normalizando el éxito como corolario del estar en el sitio adecuado teniendo el talento y estando aparentemente sano. En esta entrevista ha hablado explícita y novedosamente del proceso depresivo que no le ha abandonado desde que empezó a jugar al baloncesto de élite.
De entre todos sus recuerdos sobresalen el del entrenador que descubrió que “la manera de exprimir mi capacidad física era aumentar mi adrenalina, maltratarme”. Cámbiese capacidad física por autoestima -aunque ¿no es en gran parte la autoestima de un deportista su estado físico?- y tendremos un testimonio nada alien de lo que puede ocurrir en, por ejemplo, una redacción o una agencia de publicidad. Se parece más al maltrato que a la estimulación creativa por parte de tu jefe que, aunque seas bueno y funciones, te vayas a casa con ganas de llorar como le pasaba a Abad. Aunque metiese 20 puntos, aunque el artículo o el copy funcionase, vaya. Es más, ya en una entrevista en 1995 decía que su situación “es como un trabajador al que su jefe dice que lo que hace es una porquería”. “Hasta que no acabe esta carrera seguiré siendo vulnerable”, afirmaba.
Con 24 años, y después de haber demostrado ampliamente su talento, Abad tuvo que firmar un contrato de mierda, abusivo teniendo en cuenta su nivel. “Yo no era nadie en la vida, no tenía estudios ni nada y acepté volver al Baskonia con un contrato especial, a prueba, como si fuera un presidiario. Me dieron 200.000 pesetas por dos meses y me pusieron un hostal para dormir”. Hundido era, somos, más baratos.
Contar cómo se sentía era un tabú que, afortunadamente, se va quebrando. Leo también hoy a Noemí López Trujillo que cuando llegó a Madrid tenía la sensación de que mostrarse vulnerable o débil significaba, profesionalmente, ponerse al final de la cola. Y parafrasea a Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico: “si nos acuerpamos pasamos de ser enemigas a compañeras. Cuando entiendes que todas estamos o hemos estado en una situación parecida, desaparecen las jerarquías, construyes desde lo colectivo y encuentras alivio”.
Vulnerable es según la RAE, “quien puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente”. Se nota que eso tan transversal, tan todos-podemos-sufrirlo, no lo han escrito trabajadores como Abad, López Trujillo o Pimentel. Prueba a acosar, insultar, menospreciar o hundirle a tu jefe la cara contra el teclado a ver lo que duras. La vulnerabilidad es una categoría política diseñada en vertical, cómoda y productiva vista desde arriba. El problema, para ahí arriba, es que cada día se ven más las costuras y se caduca un poco el truco.