De apocalipsis y buitres

Ignacio Pato
3 min readAug 6, 2022

Durante una época, de pequeño, me obsesioné con que muchas de las veces que miraba mi reloj digital de muñeca este marcaba el minuto 54 y 7 segundos. Comprobar durante varios momentos del día que efectivamente ahí estaban esos números se convirtió en una especie de juego. Una profecía autocumplida, más bien, parecida a la sospecha que de adultos tenemos sobre noches de domingo en las que no vamos a poder dormir bien. Creo que, no tan inconscientemente, acepté aquella extraña casualidad. La cultivé. No quería explicaciones. Bastaba con no mirar el reloj cuando calculaba que ni por asomo podría ser esa hora y echar un ojo cuando, quizá por un programa de televisión que estaba acabando para dar paso a otro a las en punto, sí podría ver esos números. Llegué a preguntarme si es que tenía que pasar algo en algún minuto 54 con 7 segundos. El qué y qué hora de 24, no lo sé, ya me enteraría. Lo importante era aprender que el tiempo tenía un sentido, un ritmo fácil de comprender. Que podía dárselas de mágico, vale. Pero que tenía costumbres, que no es más que la debilidad por la que los atracadores se acaban haciendo detener.

Eso lo pienso ahora, claro. Cuando la vida adulta te lleva a sobrepensar. A veces lo llamamos despectivamente intelectualizar, darle vueltas a las cosas. Pero sobrepensar es más viejo que un bosque. Ya lo hacíamos cuando en clase mandaban leer por orden y calculábamos el párrafo que nos tocaría. Intentamos reducir incertidumbres, intensificar y retener el placer, mitigar el dolor. El tiempo es materia prima. Una en disputa, con sus expoliados y con sus colonos. El tiempo se compra, nos pagan por el nuestro para que podamos nosotros hacerlo con el ajeno. Hay quien espera y hay quien hace esperar. Quien cree tener todo el tiempo del mundo. Quien, si aparecieran de pronto los jinetes del apocalipsis con sus trompetas les preguntaría si saben tocar Wonderwall y cuánto dinero piden por los caballos. Hay quien cree que ha nacido para poder probar cómo sabe el Kraken al ajillo.

También están los que performan el desastre. Son los que de pequeños, en las salas recreativas, fingían no tener más monedas para que el resto nos fuéramos a casa y poder jugar ellos solos. A los que después siempre les había salido fatal el examen que luego era un sobresaliente. Que caiga el meteorito, desean de adultos, creyéndolo una forma radical de reducir la incertidumbre. Poco nos pasa, mienten sabiéndolo. Tener razón es su dinamo. Les excita un te lo dije y un después de mí, el diluvio. Se olvidan de que antes están las tormentas, que empapan las alas y hacen difícil volar. Esta semana eso se le juntó con el calor y el cansancio a un buitre que acabó paseando por Malasaña. Comparado con otros mejor vestidos, este será de los más inofensivos que ha visto el barrio en mucho tiempo. Dicen los especialistas que muchas aves como esta se van intoxicando por los perdigones de plomo de los cazadores. Pero el otro día lo primero que necesitaba este animal era seguramente que alguien le secase y le dijera, de alguna manera que quizá no comprendamos pero existe: tranquilo.

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Written by Ignacio Pato

Política. Periodismo. Cultura Popular.

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