María José Llergo: voz y verdad de una médium del tercer milenio

Ignacio Pato
7 min readJul 27, 2021

--

Fotografía de Brian Ramírez

La palabra que más repite es “verdad”. Lo hace por primera vez en la Bodega Marín, donde nos lleva bajo el reclamo de ‘conozco un bar de viejos’. No se hable más. Quizá ni ella misma sabe en ese momento que más adelante casará ambos conceptos — verdad y vejez — con naturalidad de peto y chanclas.

María José Llergo pisa el suelo de un bar que llevaba ya funcionando 78 años cuando ella nació en Pozoblanco, Córdoba, en 1994.

LIKES DE LA MALA, 33,3 EUROS Y UNOS HUESOS DE OVEJA

En segundos, hace un viaje de décadas. Con los ojos igual de abiertos habla del documental Camarón, flamenco y revolución — “Flipé, seis personas en el cine” — y del último single de Mala Rodríguez, Gitanas. “Feminismo de verdad”, asegura. Y junta las manos hacia su cuerpo para decir “La Mala me está faveando y yo estoy ‘ay’…”.

Son likes ganados en parte por temas como Niña de las dunas, la más popular de sus apenas cuatro canciones grabadas con el guitarrista Marc López, más una colaboración y un teaser de la próxima. Una hipnosis que desnuda incluso prejuicios territoriales. “Mucha gente me ha preguntado que dónde me he ido a grabarlo”, confiesa. Porque no es Arizona ni la Cabilia, sino Las Minas del Soldado, no muy lejos de su pueblo, un lugar cuyo rastro mediático se agota en un programa de Cuarto Milenio sobre princesas musulmanas, cementerios de la guerra civil y luces de colores en el cielo. “Nos encontramos unos huesos de oveja”, lo baja a la tierra Llergo, que ahora habla desde su barrio de hace cuatro años, el barcelonés de Gràcia. “Aun no habían subido tanto los alquileres”. Ella y sus dos compañeras de piso de momento tienen suerte: solo les han subido 33,3 euros al mes por cabeza.

María José Llergo habla de miedo y de tierra.

De ganarle al primero y de no perder a la segunda.

“CANTA, COBRA Y NO TE VENDAS”

Si no cantara y no gustara tanto lo que hace, “volvería a la tierra, que de ahí he venido, no tengo ningún problema. No hago esto por dinero ni por fama”, dice. Es apenas mediodía y María José Llergo ya ha emitido fogonazos como “No sé cuánto tiempo tengo aquí” o “A mí este mundo tan cruel me descorazona, pero en un rayo de luz que toca el suelo a través de las hojas veo belleza y me da fuerza”, mirando fijamente el umbral de la puerta abierta de la bodega, iluminado en el suelo.

“Canto porque es mi forma de evadirme del sufrimiento. Si no hubiera aprendido a canalizar así mi dolor no estaría aquí, directamente”. Le enseñó su abuelo, a quien todavía le pide que le cante Mira que eres linda de Machín. “Mi abuelo siempre ha cantado, y en un momento dado pudo haberse dedicado a ello pero decidió que se quedaba con mi abuela. Yo escuchaba sus coplas, sus boleros, sus fandangos, estaba mucho tiempo con él, en el campo, él labraba y cantaba y yo le escuchaba y le imitaba. Todos mis compañeros tenían móvil y yo jugaba con la tierra. Traducía lo que mi abuelo cantaba a mi voz y así poco a poco fui entrenándome sin darme cuenta”.

José Sánchez Muñoz le dio un consejo. “Que cante, que cobre pero que no me venda. Que sea yo misma y que elija. Creo que es lo más difícil hoy en día, hay muchas cosas que controlar, te pueden hacer un producto cuando lo que eres es una persona”. No será la última vez que verbalice que acabar transformada en producto es una amenaza real.

Real es también lo que intenta hacer. “No creo que pueda hacer nada sincero si está el ego en medio. El ego es un impedimento entre la verdad de la vida y tú. Intento extenderlo a todos los ámbitos de mi vida. Me gusta diferenciar entre lo que es un alardeo y lo que es una verdad. Aunque la verdad sea menos bonita, aunque a lo mejor duela, pero es verdad”, dice en un discurso que empieza con suspiro de concentración y acaba en sonrisa.

Real es también una imagen, la suya, única. Chandal, septum y mantón de Manila, por ejemplo. No hay marketing. “Es la convivencia entre mis raíces y el mundo actual en el que vivo. Es simplemente esa dualidad, y no está premeditada. Coger algo simbólico de mi familia es una forma de homenajearlos. Ellos están muy enfadados conmigo porque no estoy con ellos, así que ya que estoy lejos quiero que sepan que valoro las raíces y que mucha parte de lo que soy es gracias a ellos”. Aquí ha cambiado pájaros por coches, señala. Sesenta kilómetros separan el pueblo de María José Llergo del de Gata Cattana, Adamuz. Ella nos contaba que en Madrid, su Gotham, echaba de menos “los corrillos, la relación entre los vecinos, los abuelos, los niños, vivir en la calle, la confianza y las risas con la gente”. “Me veo reflejada en esas palabras de Ana, nuestras culturas son más cercanas imposible. Echo de menos la naturaleza, salir de mi casa y encontrarme a todas las vecinas en el patio, parloteando, o a los niños jugando, eso aquí no pasa. Aquí creo que está todo más enfocado a un ocio más de noche”, coincide.

LA MÉDIUM DEL TERCER MILENIO Y ‘EL PESADO’ DE LORCA

En efecto, la Plaça del Poble Romaní está desierta. Es verano y quema el sol, eso es tan cierto como que este es un lugar peculiar. No hay ninguna terraza privada y tiene la única chimenea fabril del siglo XIX que queda en Gràcia, un par de detalles que ya la convierten en una plaza única en el barrio. Los azulejos de la placa en memoria de Gato Pérez están rotos y alguien ha tapado con una firma los stencils con la imagen del rumbero argentinocatalán y de El Pescaílla, hijo de Gràcia. Carmen Amaya sí resiste.

“¿Si creo que está de moda ‘lo gitano’? Tristemente, sí. Tristemente se están cogiendo rasgos milenarios para venderlos en un sistema capitalista que se apropia de todo. Que lo vende todo. El sistema capitalista no tiene piedad. Compra culturas aunque estén estigmatizadas. Compra movimientos sociales, hace mercado de todo, hasta del amor, que es como lo más puro”, afirma. También que la cultura romaní se romantiza o se teme, pero casi nunca se respeta.

Aparece el filtro del clasismo. “Lo que veo en las ciudades es que la segregación ya no entiende tanto de machismo o de racismo como de poder económico. Ya no es una segregación antigitana o antimusulmana, es antipobre. Si eres pobre, da igual, te vamos a rechazar y excluir, si eres rico da igual tu origen que serás aceptado y todo lo que hagas será justificado. Es cruel”.

Y aparece también de nuevo el miedo a lo que el mercado pueda hacer de ella. “No soy un producto y me da miedo de que en algún momento se me vea como tal. Todo funciona así, todo el mundo intenta etiquetarte como si esto fuera un supermercado. Yo soy una persona que canta y que escribe. No soy más, no quiero nada más. Me da un poco de miedo perder el norte y empezar a enfocar mi vida en base a frutos no reales como el dinero. El dinero es una enfermedad pero a la vez me jode que soy esclava del dinero, todos lo somos”.

¿Gusta María José Llergo precisamente porque proyecta fuerzas de otro tiempo? ¿Corremos el riesgo de mistificar el espacio emocional al que nos lleva la voz de esta médium del tercer milenio?

“Yo no sé por qué gusta pero viene de un sitio verdadero, de un sitio muy jondo. No me esperaba que Niña de las dunas tuviera tantas visualizaciones, y nunca hago las cosas pensando en eso, cuando compongo simplemente me entrego a esa verdad que está por encima de nosotros. Esa que todo el mundo sabe que está pero nadie sabe cómo se llama. Todo el mundo le pone su nombre. Me entrego, intento ser sincera, me olvido del ego y empieza a fluir”, responde fácil. Es inevitable acordarse del famoso mandamiento de Camarón: ‘la pureza no se puede perder nunca cuando uno la lleva dentro’. ¿Y qué hay del purismo? “El purismo muchas veces es retrógrado porque se ancla en una idea y esto ya limita la propia música, que está viva, que está cambiando constantemente. Yo prefiero dejar a los puristas con lo suyo, no hacerles mucho caso y seguir sintiendo, porque al final la pureza está en el alma”.

Habla con devoción de María Terremoto, nieta de 18 años de Terremoto de Jerez, y recomienda “que la gente que quiera conocer el flamenco se vaya a las peñas de flamenco de su pueblo, que ahí va a conocerlo. Que escuche a los viejos, que tienen la verdad. A lo mejor ya no tienen grandes voces porque la vida te quita el virtuosismo, pero tienen la verdad de los años y de haber vivido una época que para el flamenco fue crucial”, reflexiona.

María José Llergo utiliza los óles como síes. Abraza también con el pelo. Es tentador trazar una imaginaria línea del tiempo entre La Niña de los Peines, García Lorca, Alba Molina y ella. La asociación — por cierta lírica de duelo y olivar galáctico — con el poeta granadino se construyó de manera intuitiva. “Mi casa de Pozoblanco siempre ha estado en la calle Federico García Lorca y cuando yo era chica y en el colegio nos hacían escribir nombre, apellido y dirección, siempre acababa la última de la clase, sola, escribiendo. Crecí pensando qué pesado este tío, qué nombre más largo tiene. Cuando empecé a escribir, me decía la gente ‘te pareces a Federico’. Y yo ‘otra vez no’. Cuando llegué a Barcelona y empecé a echar de menos mis raíces de lo primero que me acordé fue de mi calle y vi un montón de conexiones que teníamos que yo no sabía. Empecé a alimentar eso”.

Vienen nuevas canciones. Nana del Mediterráneo será la próxima. “Vamos a ir poco a poco”, dice, y suena a manifiesto. Mientras, seguirá encontrando inspiración en el metro o mirando Instagram. Tratando de salir de sí misma para fijarse en lo que mejor le funciona para crear: “el otro”. Apuntándolo todo en las notas del iPhone.

[Edición de vídeo por Brian Ramírez. Artículo publicado el 1 de agosto de 2018 en PlayGround Mag]

--

--

Ignacio Pato
Ignacio Pato

Written by Ignacio Pato

Política. Periodismo. Cultura Popular.

No responses yet